Otra historia real de mis más tierna infancia.
Tendría yo unos siete años, mas o menos. Estaba tomándome mi Nesquik helado con mi pan con manteca viendo la tele como todas las tardes después del cole cuando una paloma se posó en el marco de la ventana que daba al patio de casa. Sin hacerle mucho caso, porque estaba viendo un capítulo de La Familia Adams, me quité una zapatilla con la mano izquierda, se la tiré y... zas! ¡Le di!
Me quedé paralizado. Después de toda una vida persiguiendo palomas a toda velocidad en el parque sin llegar siquiera a rozarlas nunca, voy, le tiro una zapatilla sin mirar a una y... ¡Le doy! Me sentía un héroe, me sentía como si fuera el Coyote y por fin hubiera pillado al puto Correcaminos. ¡No podía creerlo!
Antes de que el pobre bicho reaccionara, mi madre me dio un cordón rojo de unos dos o tres metros, le até una patita y empecé lo que mi padre llamó "el proceso de domesticación". Al poco tiempo la pobre ya comía de mi mano y salíamos a dar pequeños paseos por el barrio, ella posada en mi hombro izquierdo, en plan piratilla de andar por casa. También llegué a hacerle un caminito con migas de pan dando toda la vuelta a mi habitación, y la pobrecita se lo hacía completo, dando saltitos y comiéndose todo el pan.
Era un verdadero éxito entre mis amigos. Llegamos a ponerle un nombre y todo: Panchita Fernandez Castro.
Un día decidí cortarle el cordón. El bicho sacudió la patita, voló un poquito, se subió al tejado y finalmente volvió a comer de mi mano. Esa noche dormí feliz.
Pero al otro día desapareció.
Tendría yo unos siete años, mas o menos. Estaba tomándome mi Nesquik helado con mi pan con manteca viendo la tele como todas las tardes después del cole cuando una paloma se posó en el marco de la ventana que daba al patio de casa. Sin hacerle mucho caso, porque estaba viendo un capítulo de La Familia Adams, me quité una zapatilla con la mano izquierda, se la tiré y... zas! ¡Le di!
Me quedé paralizado. Después de toda una vida persiguiendo palomas a toda velocidad en el parque sin llegar siquiera a rozarlas nunca, voy, le tiro una zapatilla sin mirar a una y... ¡Le doy! Me sentía un héroe, me sentía como si fuera el Coyote y por fin hubiera pillado al puto Correcaminos. ¡No podía creerlo!
Antes de que el pobre bicho reaccionara, mi madre me dio un cordón rojo de unos dos o tres metros, le até una patita y empecé lo que mi padre llamó "el proceso de domesticación". Al poco tiempo la pobre ya comía de mi mano y salíamos a dar pequeños paseos por el barrio, ella posada en mi hombro izquierdo, en plan piratilla de andar por casa. También llegué a hacerle un caminito con migas de pan dando toda la vuelta a mi habitación, y la pobrecita se lo hacía completo, dando saltitos y comiéndose todo el pan.
Era un verdadero éxito entre mis amigos. Llegamos a ponerle un nombre y todo: Panchita Fernandez Castro.
Un día decidí cortarle el cordón. El bicho sacudió la patita, voló un poquito, se subió al tejado y finalmente volvió a comer de mi mano. Esa noche dormí feliz.
Pero al otro día desapareció.
13 comentarios
nadie -
venganza morena -
la próxima prueba a hacerla un dedito.
Eride -
Haced el favor de no criticar a la paloma :-P
Ella y su orgía -
Ella y su orgía -
Por cierto, las palomas se comen a sus crías, y la civilización las ha erigido en símbolo de la paz.Así nos va.
Gam -
Ana -
Domenico -
nadie -
wilbur mercer -
elprincipito -
nadie -
Que yo conozco tu pasado y se que estuviste conviviendo con una que te cogió tanta confianza que, no sólo no huía, sino que se paraba sobre sus patas traseras para exigirte comida.
¿O ya has olvidado tu pasado hippie en el cono sur?
wilbur mercer -